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Protección durante la inactividad: Cómo estacionamos los aviones durante la pandemia

 Cuando la COVID-19 condujo a una gran reducción de nuestro horario de vuelos, nuestros equipos tuvieron que encontrar la forma de proteger más de 70 de nuestros activos más valiosos: nuestros aviones. Así es cómo lo gestionamos.

 

Uno de los mayores retos que han surgido de la COVID-19 ha sido la forma de gestionar el gran número de aviones inactivos que se han visto afectados por la reducción de la demanda de viajes. Con el 70% de nuestra flota de pasajeros en tierra en el momento álgido de la pandemia, tuvimos que encontrar una forma de guardar nuestros aviones, manteniéndolos seguros y protegidos cuando no volaban.

Nuestros equipos de Hong Kong y Australia trabajaron duro para idear una solución, desarrollando una operación de aparcamiento de una escala y complejidad sin precedentes.

En primer lugar, el equipo necesitaba encontrar una ubicación adecuada que dispusiera tanto del espacio suficiente para acomodar a un gran número de aviones como de las condiciones medioambientales adecuadas para mantenerlos protegidos. ¿La respuesta? Alice Springs, en medio del desierto australiano.

“El mayor enemigo de un avión aparcado es la corrosión causada por permanecer parado en el suelo durante largos periodos de tiempo en condiciones de humedad, especialmente cuando se encuentra en un entorno costero donde la humedad tiene un alto contenido de sal”, explica Benjamin Connell, gerente de ingeniería regional, Sudoeste del Pacífico. “Por eso elegimos Alice Springs, un desierto en el interior, muy seco, con una humedad baja de alrededor del 20 % y sin eventos meteorológicos extremos, como ciclones tropicales”. 

Sin embargo, aunque un desierto puede ser óptimo para el almacenamiento de aviones, presenta un conjunto único de retos para los equipos en tierra.

“Uno de los problemas de estar en Alice Springs es que, aproximadamente a las 08:00, las superficies del avión están demasiado calientes para tocarlas. Literalmente, podríamos freír un huevo, así que el equipo tuvo que planificar sus programas de mantenimiento de forma muy diferente”, afirma Ben.

El terreno desértico también es un desafío. A diferencia de los firmes cimientos de un hangar y los puestos de los aviones y las pistas de rodaje de los alrededores, en Alice Springs los aviones están estacionados en tiras compactadas de tierra y hormigón que se mezclan para formar una superficie dura. Realizar el mantenimiento alrededor de estas tiras de aparcamiento de tamaño limitado puede ser todo un reto, mientras que mover los aviones también requiere procedimientos de remolque complejos y especiales.

“Tampoco faltan visitas de la vida salvaje de la zona”, añade Ben. “Un día estaba hablando con un ingeniero cuando una goanna (lagarto) gigantesca salió de entre la hierba, pasando directamente ante nosotros y colándose entre el tren de aterrizaje”.

Aparte de los factores medioambientales, gestionar la escala sin precedentes de las operaciones de almacenamiento de aviones supuso un gran desafío en sí mismo.

“Aparcar un avión en Alice Springs no es algo que muchos miembros del equipo hayan hecho antes, y ciertamente no a esta escala, por lo que en muchos sentidos estábamos explorando territorio desconocido”, explica Pearl Sau, gerente de operaciones de mantenimiento de línea.

Como Alice Springs no es un aeropuerto comercial, los equipos tuvieron que ponerse en contacto con numerosas autoridades para obtener autorizaciones especiales y permisos de vuelo.

“Otro gran desafío fue el envío de las piezas de repuesto, herramientas y equipos necesarios a Alice Springs”, afirma Pearl. “Con todas las restricciones de viaje en vigor y la baja frecuencia de vuelos entre Hong Kong y Australia, nos resultaba increíblemente difícil organizar la logística de los envíos”.

Cuando todo estuviera en su lugar, el trabajo podría comenzar.

“Lo que mucha gente pasa por alto es que el mantenimiento necesario para un avión estacionado es tanto como para un avión que está volando”, explica Pearl.

“La seguridad y el cumplimiento de los requisitos del fabricante y de la normativa sobre aeronavegabilidad es nuestra prioridad número uno, tanto si el avión está volando como si no, y tenemos que asegurarnos de que el avión se mantiene en un estado en el que pueda reactivarse para volver a ponerse en servicio operativo cuando sea necesario”.

La primera fase del estacionamiento de un avión se llama inducción y lleva alrededor de 14 días. Esto implica cubrir ventanas, superficies externas, instrumentos, sensores y cualquier abertura. El equipo también tiene que asegurar los motores, reemplazar el aceite de motor por un líquido inhibidor para evitar la corrosión, introducir aditivos en los tanques de combustible para evitar el crecimiento microbiano y muchas otras tareas.

Después de la inducción, los equipos pasan a una fase de comprobación periódica, con comprobaciones de mantenimiento específicas que se llevan a cabo a intervalos regulares después de 7 días, 14 días, 30 días, etc., hasta una comprobación de un año.

La fase final es la reactivación, que implica aproximadamente entre cuatro y seis meses de planificación, además de cuatro semanas de trabajo duro por parte de los ingenieros. Una vez más, el proceso no es sencillo.

“Cada reactivación es diferente y presenta diferentes retos”, explica Ben. “Primero el equipo tiene que invertir todo lo que hizo durante el proceso de inducción: eliminar los aceites inhibidores, añadir aceite fresco, retirar las cubiertas protectoras, etc. Abordamos cualquier problema de mantenimiento que podamos encontrar y, a continuación, realizamos pruebas detalladas de los motores, sistemas y componentes para garantizar que el avión esté listo para volar desde Alice Springs.

Debido a las restricciones de viaje y las cuarentenas, también resulta complicado conseguir que la tripulación de vuelo llegue a Alice Springs. Nuestro equipo de operaciones de vuelo ha desempeñado un papel clave para lograrlo. A menudo, con la tripulación del vuelo de salida llegaba mediante el desvío de un vuelo de mercancías regular.

“Sin duda, es un desafío, pero sentimos una enorme sensación de satisfacción cuando un avión abandona Alice Springs y la tripulación nos informa de que el vuelo fue de maravilla y sin ningún problema”, dice Ben.

En el punto álgido de la pandemia había más de 70 aviones de Cathay Pacific aparcados en Alice Springs.

“Ver todas las colas de los aviones brillando en el desierto es bastante impresionante”, dice Ben. “Pero pensar en el impacto de la COVID-19 sobre nosotros como compañía aérea, puede ser muy emotivo. Especialmente como ingenieros, tenemos una relación personal con los aviones y esto nos afecta”.

Afortunadamente, lo peor de la pandemia parece haber pasado y hoy los equipos están ocupados con la reactivación, en lugar de la inducción de aviones. “Cada avión que vuelve al servicio es un paso hacia la recuperación de la pandemia, lo que hace que todo valga la pena”, añade Ben.

“Que hayamos resistido esta tormenta juntos y sigamos siendo fuertes hoy en día me ha hecho sentir aún más orgullosa de ser parte de nuestra compañía aérea”, afirma Pearl. En un futuro no muy lejano, esperamos que toda la flota vuelva a los cielos y Alice Springs sea el recuerdo de un desafío superado.

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